Monza es un circuito exigente por varias razones. Es duro con los frenos, es duro con la unidad de potencia y es duro con los pilotos dadas sus altas velocidades. El templo de la velocidad es una mezcla entre larguísimas rectas seguidas de una chicanes de alta velocidad en el que se equilibra un nivel muy bajo de carga aerodinámica y resistencia. La agresivas frenadas obligan a ser muy estables al reducir velocidad, sumado a la exigencia en tracción que requieren las distintas variantes que adornan el circuito y las curvas de alta velocidad obligan a sacar un gran partido de la poca carga aerodinámica de la que dispone el monoplaza.
Una mayor velocidad en curva rápida hace que el coche alcance gran velocidad en las largas rectas del mítico trazado italiano, por lo que el trabajo de los diseñadores en sus alas hace de ellos un aspecto fundamental del coche.
En el caso de Williams han optado por reducir la anchura del flap superior del alerón trasero manteniendo sus altos niveles de tracción que les son necesarios debido a sus carencias en la suspensión trasera y frontal. El ala toma un cariz parecido al mundial de resistencia en el que los perfiles se concentran en mitad de las derivas verticales. Esto concentra la carga aerodinámica en un escalón más bajo reduciendo el drag en la zona superior al no crear los vórtices originados en las esquinas del mainplane. Asimismo, el diseño general de toda la estructura se mantiene intacta a la especificación original. Una solución eficaz por parte de los chicos de Grove.